EL POLÍGRAFO ES HUMILLANTE
Había renunciado conscientemente al prominente estatus social y al nicho de respeto que me había labrado en Tegucigalpa gracias a mi labor filantrópica y educativa.
Me había mudado a la ciudad de Miami, donde en los dos primeros años me tocó, para suplementar el salario raquítico que devengaba en ese entonces, repartir el Miami Herald por las madrugadas, cortar el césped de patios ajenos, hacer de guardia de seguridad, entre otros menesteres triviales, (mientras de este lado un periodista larguirucho y deslenguado me calumniaba a todo mecate, a tal grado que mi madre tuvo que salir en mi defensa porque sabía que tenía mis manos limpias).
No obstante, nunca me sentí humillado: eran las consecuencias de unas acciones deliberadas de parte mía y estaba convencido de que ello sería temporal ya que estaba decidido a capacitarme profesionalmente y así recuperar mi estatus social en mi nuevo mundo.
Sin embargo, me sentí hondamente humillado cuando me obligaron a pasar por la prueba del polígrafo.
Ya con una maestría en Sociología en mi mano y con la pericia demostrada como organizador de una comunidad pobre de Miami, solicité la posición de coordinador de un proyecto de Prevención del Crimen con la Policía de Miami, financiado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos .
La posición me la llevé entre 70 concursantes y contra el visto bueno del Alcalde de la ciudad, don Mauricio Ferré, que me consideraba su enemigo político; yo había hecho campaña en favor de su contrincante Rose Gordon. Nunca averigüé si la policía de Miami sometía a la prueba del polígrafo a sus empleados civiles - que esa era mi condición- o si lo usó como último recurso para deshacerse de mí a pesar de mis calificaciones.- Lo cierto es que me indicaron que tenía que someterme al polígrafo antes de tomar posesión del cargo. Por supuesto lo pasé sin ningún problema, pero sí, la prueba fue humillante. Las preguntas iban dirigidas a cuestionar aspectos íntimos de mi vida, a invadir mí privacidad, y que en mi caso, eran incuestionables: había robado?, había mentido?, había sido infiel a mi esposa?, había cometido actos de sodomía? Y muchas más por el estilo.
Mi empleo con la policía de Miami fue una prueba de fuego a mi seguridad y perseverancia.
El Teniente y Sargento de la Unidad de Relaciones de la Comunidad- que eran mis supervisores- me hicieron la vida de cuadritos-; sospecho de que ellos como cubano-americanos tenían sus candidatos cubanos para la codiciada posición, o bien debido a su ignorancia en materia de organización comunitaria.Mi labor era entrenar y coordinar la labor de 5 civiles, 5 policías y decenas de voluntarios para organizar Concilios de Prevención del crimen en 10 áreas del Gran Miami a fin de colaborar con la Institución. Lo logré, fe de ello es una placa conmemorativa de la labor cumplida y que cuelga en una de las paredes de mi casa.
Mi tarea diaria era doble, obtener los resultados del proyecto y neutralizar la constante obstrucción de parte del Sargento, con corpulento cuerpo como de practicante de lucha libre, y del Teniente, con poses de emperador.
Incluso me recetaron dos o tres "Reprimendas" por escrito, totalmente injustas; en una ocasión porque no accedí a cambiar la evaluación de uno de los organizadores bajo mi supervisión y, en otra ocasión, porque no me presenté a la estación a hora de costumbre, ya que había trabajado hasta la una de la mañana la noche anterior a causa de unos motines en el "Overtown" de Miami. Mi frustración diaria terminó con mi anillo de turquesa que lo estrellaba contra las paredes metálicas del elevador que me llevaba al edificio de estacionamiento al concluir la jornada.
Pero la frustración y lucha permanente contra mis supervisores no sólo terminó con mi anillo, sino también con mi psique; acabé en la consulta del psicólogo.
Después de 5 años con la Policía de Miami, me contrató la Oficina del Defensor Público del Estado de La Florida; de nuevo me topé con la imagen del polígrafo; esta vez acompañando constantemente a testigos a un local del Oeste de la ciudad para que se sometieran a la prueba del polígrafo. En ese tiempo, (1983), los resultados del polígrafo se usaban en la corte, si no como prueba contundente, como una prueba de bastante peso que el testigo decía la verdad.
Pero más tarde, en los años 90, la oficina del Defensor Público de Miami eliminó la prueba del polígrafo porque ya no se le concedía casi ningún valor.
Por mi humillante y personal experiencia con el polígrafo y por el viraje que dio el Defensor Público de Miami en cuanto al uso del mismo, creo que los magistrados de la Sala de lo Constitucional defenestrados estaban en lo correcto al desaprobar el uso del polígrafo con los elementos de la Policía Nacional.- Pero eso no quita que estemos a favor de la depuración de nuestra policía.
(Publicado en Diario La Tribuna, ENFOQUES, p. 39, martes 15 de enero, 2013).
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