sábado, 14 de mayo de 2011

El lenguaje de la basura

La impunidad del insulto ha agrandado su presencia en la sociedad. «Y no hay insulto justificable. No es justificable insultar a un cargo público, pues en su sueldo no está el hecho de que pueda ser insultado.
Y no se puede insultar a nadie, por principio”.


El —insulto se ha instalado en la conversación española y hasta en Honduras, y convertido en espectáculo—. La degradación del trato es la consecuencia de un vocabulario cada vez más desconsiderado con los otros.

Los insultos tienen su origen en el desdén o en el odio; como dice el filósofo Emilio Lledó, tienen por objeto «la descalificación del otro, la anulación del prójimo». Es una bofetada, un ninguneo. Y un chantaje.

Insultar es grave, pero la sociedad se está acostumbrando. Acaso porque las palabras pesan menos, o, como dice José Luis Cuerda, el director de aquella película, «porque las palabras se han abaratado». La costumbre del insulto ha arraigado de tal manera que los insultos se televisan; en
reality shows y otros programas de tertulias, mujeres y hombres, a veces con estudios, por ejemplo de periodismo, se descalifican entre sí con insultos que emiten gritando. Son, descalificaciones, «intentos», como reitera Lledó, «de anular al otro, chantajes, por tanto».

Si eso fuera pedagogía, «y los medios son pedagogía», eso sería lo que está aprendiendo esta sociedad: que el insulto sale gratis. Juan Marsé, premio Cervantes, dice que lo que se oye en esos programas «se dice para crear crispación»; los moderadores, que están ahí para ejercer ese poder, «parecen recibir órdenes para hacer todo lo contrario», pues cuanto más sube el volumen de la discrepancia más audiencia parece registrarse...


El insulto es una cobardía que pretende dejar al otro indefenso. Es lo que dice José Luis Cuerda. «Un insulto tiene siempre resultados irremediables. Tú insultas a alguien. ¿Cómo te puede responder? La conversación es una cuestión de causa-efecto. Si tú le dices a otro 'hijo de puta', ¿qué esperas que pase luego? Alguna vez he ensayado, cuando me han llamado hijo de puta, a hacer esta consideración: Es imposible que eso te conste. Pero, claro, no siempre puedes reaccionar así...». Cuerda se pregunta cómo se puede aguantar, en el ámbito político, la esquizofrenia de los que insultan por oficio y luego han de convivir. «Esos políticos que se suben al atril, despotrican, y luego bajan y le preguntan al contrincante al que han puesto verde cómo va el hijo con la gripe...».

Marsé cree que algunos moderadores de programas en los que unos y otros pugnan por hablar más alto reciben indicaciones para que el griterío sea mayor.
«Muchos hechiceros de la información», añade Montano, «saben que valen lo que insultan o lo que gritan; y saben que tienen el tiempo tasado. Gritan e insultan para hacer ese tiempo más rentable».

MI APOSTILLA: «La socialización de la estupidez» La calumnia es más traidora, dice Lledó, «el insulto es más bestial. Se dice para aniquilar al otro, es una enfermedad social. Ahora que los humos se quieren prohibir, fijémonos en los humos del insulto, esas palabras pringosas que se quedan en la cabeza y que ni quisiera se evaporan, como los humos del tabaco... La mente se habitúa al insulto, y este se queda en la inteligencia, es un mal que acaba enfermándonos. El lenguaje tiene también su basura, y esta se está incrustando. Del mismo modo que no aceptamos la corrupción, no debemos aceptar tampoco el insulto. Para limitar los daños solo existen la educación, la escuela, no fomentar el humo del insulto porque el cerebro no se puede lavar como las manos».
«Palabras tradicionalmente proscritas de la conversación, y sobre todo de la conversación en los medios, ocupan el centro de la mesa, y aparecen también por escrito, sin comillitas ni nada», dice López Morales. «Lea usted artículos de gente muy relevante, en la prensa diaria española; verá que traspasan todos los límites, hablando de los políticos, por ejemplo. El insulto, las palabras que lo conforman, parece que ha llegado para quedarse, lo que produce un bajón de calidad del discurso público y, por ende, del discurso privado».
MIS LECTORES: Recordemos aquella expresión ¡de qué se asustan!... pues no se asusten con este lenguaje de la basura, ya que “No hay malas palabras ni malas expresiones, solo malos pensamientos”… Por tanto, repito este párrafo: «La mente se habitúa al insulto, y este se queda en la inteligencia, es un mal que acaba enfermándonos. El lenguaje tiene también su basura, y esta se está incrustando. Del mismo modo que no aceptamos la corrupción, no debemos aceptar tampoco el insulto. Para limitar los daños solo existen la educación, la escuela, no fomentar el humo del insulto porque el cerebro no se puede lavar como las manos».

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